La culpa

El despertar es una novela de culto, en especial entre las feministas, desconocida por los lectores de lengua castellana y rescatada muy recientemente por Olivia de Miguel, a quien debemos la primera traducción en nuestro idioma. Se trata de una auténtica novela maldita, que prácticamente hizo trizas la reputación literaria y por ende moral de su autora, Kate Chopin, en una época –finales del siglo XIX-en que lo uno estaba indivisiblemente ligado a lo otro, cuantimás tratándose de escritoras. Si el tema del adulterio femenino, en una pluma masculina, llegó a producir acaloradas polémicas y hasta cárcel para alguno de sus autores –basta remitirnos a los casos Flaubert, Tolstoi y DH Lawrence, con Madame Bovary, Ana Karenina y El amante de Lady Chaterley, respectivamente- viniendo de una pluma de mujer, el asunto adquirió la dimensión de un genuino linchamiento moral que, todo parece indicar, le costaría la vida a la atribulada escritora al poco tiempo. Tras leer esta maravillosa novela, no pude evitar charlar en silencio con el espíritu de su autora: “Kate, si tan solo hubieras tenido el consuelo de saber que tu vapuleada novela sería rescatada y revalorada en pleno auge del movimiento feminista (1969, casi 70 años de su primera edición), tu muerte habría sido menos penosa”.
De todas las historias de injusticias literarias que conozco, la de Kate Chopin es la que más me hiere y abruma: no solo escribió una pequeña y exquisita obra maestra, sino que fue la primera escritora que abordó el erotismo femenino sin ponerle apodos ni florituras. Edna, la heroína, tiene perfectamente claro quién es su verdadero amor…y qué es lo que siente por aquel otro cuyos dedos en su cuello la hacen estremecer. Una buena mujer está tan dotada para la lujuria como una “mala”, así, entre comillas…porque para los criterios de entonces, la diferencia entre una mujer buena y una mala era precisamente esa: que la mala siente. Y “la buena”, en caso de sentir, debía sepultar por todos los medios posibles esa reacción de su cuerpo poseído por una fuerza oscura y maléfica. El gran pecado de Edna Pontellier fue reflexionar al respecto y no encontrar ninguna razón para no dejarse llevar por una exigencia que debía ser absolutamente normal, o de otro modo no se manifestaría con tal claridad. A diferencia de Emma Bovary, no intenta forzar las circunstancias para vivir una historia de amor con en las novelas rosas. Un poco más parecida a Ana Karenina, sin embargo, Edna no se enamora de un príncipe apuesto y sensual, sino de la sensibilidad y ternura de otro personaje inolvidable: Robert Lebrun. Contrario a Constance Chatterley, Edna es capaz de experimentar un amor puro por un hombre igualmente puro, y lujuria por un lujurioso que puede llegar a portarse como un patán.
Basta leer las condenas de los críticos literarios de la época a El despertar, reproducidas por Olivia de Miguel en su edición de Libros Hiperión (Madrid, 2005) para darnos una idea de la interminable humillación que hubo de padecer la autora a la que además se le degradó vergonzosamente en el Club de Bellas Artes de su natal:
“…todos nos sentimos satisfechos cuando Mrs. Pontellier se sumerge deliberadamente en las aguas del golfo para morir”: Public opinion.
“…siempre es mala señal que las mujeres quieran pintar, actuar o escribir”: Percival Pollard.
De entre los escasos defensores de Mrs. Chopin, se cuenta C.L Deyo, amigo personal que la autora, que alude a la hipocresía de aquellos que se han sentido ofendidos por una novela “perfecta en su ejecución y lenguaje, triste, equivocada e insensata, pero arte consumado.”
Su otra ardiente defensora fue la excelsa novelista Willa Cather, quien bajo el pseudónimo de “Sibert”, hace ver los paralelismos entre El despertar y Madame Bovary, y la injusticia que representa el que las mujeres deban pagar con su vida la capacidad de razonar sobre sus sentimientos y su sexualidad, “Unas eligen arsénico, otras, como Edna, el mar”.
Kate Chopin, cuyo verdadero nombre era Katherine O’ Flaherty, nació el 8 de febrero de 1851, en Louisiana, colonia francesa de los Estados Unidos donde transcurre la trama de El despertar, era hija de Thomas O’ Flaherty, exitoso hombre de negocios de origen irlandés, y de Eliza Farris, dama muy conectada con la comunidad francesa de St. Louis gracias al origen franco canadiense de su madre, Athénaïse Charleville. Kate fue, irónicamente, la niña más popular y admirada por sus compañeras de escuela, no así por las monjas que no veían con buenos ojos su temperamento artístico y vivaracho. Su biografía nos permite atisbar rasgos de una personalidad fuerte, extrovertida y reflexiva. Al morir su padre siendo ella muy pequeña, se crió en el seno de una familia compuesta exclusivamente por mujeres, un genuino matriarcado: su madre, su abuela y su bisabuela, quienes no parecen haber intentado siquiera frenar la avidez lectora de aquella niñita de bucles castaños que se apropió de la biblioteca paterna y, a muy temprana edad, había reído y llorado con los héroes y heroínas de Sir Walter Scott y Charles Dickens. En 1868 se graduó en la Academia del Sagrado Corazón, sin ninguna distinción en particular no obstante su brillante desempeño, lo que viene a confirmar que la joven Kate daba muestras de una firmeza de carácter que opacaba sus logros académicos… mucho menos importantes en el caso de las mujeres que su sumisión.
En 1870, a los 20 años de edad, Kate contrajo matrimonio con Oscar Chopin. A los 29 era ya madre de cinco niños, lo que aleja cualquier suspicacia respecto a que su historia tenga algo que ver con la de Edna, quien a esa misma edad tiene solo dos hijos pequeños. Como su heroína, sin embargo, Kate vivió con su esposo en una comunidad afrancesada bordeada de plantíos y pequeños negocios, donde la lengua inglesa se mezclaba armónicamente con el creole, y cuyos habitantes debieron aportarle varias de las anécdotas que componen tanto El despertar como sus relatos previos que ya dejan entrever una mirada que hoy llamamos “feminista”. Al morir su esposo, en 1882, Kate no había publicado aún ninguno de sus libros, y dedica gran parte de su tiempo a cuidar de la plantación familiar de Natchitoches (Louisiana). No es sino hasta después de la muerte de su madre y su retorno a la casa paterna en St. Louis, en 1884, que Kate se esfuerza por profesionalizarse como escritora, y en 1890 publica su primera novela, At Fault (La culpa), donde aborda con talante crítico el tema de la esclavitud, coincidiendo, curiosamente, con La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, si bien, en el caso de ésta, el tema de la esclavitud es central, mientras que en la de Kate, con todo y su mirada crítica, es el trasfondo de una historia de amor, lo cual no debiera restarle mérito como una de las primeras autoras estadounidenses en cuestionar esta circunstancia Cuatro años después aparece su colección de relatos cortos, Bayou Folk, y en 1897 la segunda, A Night in Acadia, donde, apunta Olivia de Miguel, se esbozan algunos de los personajes de El despertar. Asocia a Tonie, el tímido pescador del relato “Chênière Caminada” que se atreve apenas a dirigirle la palabra a las mujeres, y sin embargo vive una historia de amor con una dama de nombre Clara Duvigné, con Robert Lebrun, mientras que en “Story of an hour”, narra la historia de Louise, abnegada esposa que al enterarse de que su esposo ha muerto en un accidente, se abalanza contra la ventana abierta de una terraza para gritar “¡Libre, libre, libre!”. Al cabo de una hora muere de una impresión tras ver la figura del difunto en el umbral de la puerta, que resultó no haber abordado el tren accidentado. Para cuando en 1899 Herbert S. Stone de Chicago publica la novela El despertar, Mrs. Chopin goza de fama y prestigio como escritora. No imagina, por tanto, la hostilidad con que reaccionará la crítica ante la historia de una mujer que decidió que “pasara lo que pasara (no volvería) a pertenecer a nadie más que a sí misma”.
Cuando inicia El despertar, Edna es una esposa y madre ejemplar que no se había hecho ninguna pregunta, hasta que se relaciona amistosamente con Robert, un joven virtuoso y decente que vive en el cottage contiguo al suyo y se dedica a entretenerla y conversar con ella. La relación parece perfectamente ingenua hasta para el lector…vamos, a Mr. Pontellier, hombre grave de cuarenta años, ligeramente encorvado y de barba meticulosamente recortada, no le preocupa en lo absoluto que su mujer pase largo rato con ese muchacho que pareciera tener un aspecto más bien anodino. Al caballero de la elegante barba, parece preocuparle más el toque bronceado que ha adquirido la blanquísima piel de su mujer. Y en esto me recuerda al esposo de Ana Karenina, tan preocupado por las apariencias más que por su propio corazón. Él mira a su mujer “como se mira una valiosa propiedad personal que ha sufrido algún daño”. La vida transcurre con aparente normalidad. El momento más radiante del día para Edna es aquel que comparte con Robert entre charlas y risas…pero su mundo parece detenerse el día que él anuncia, durante una cena entre vecinos y amigos, que pretende emprender un viaje de negocios a México.
Edna descubre en ese momento que está enamorada de él. Revelación que se manifiesta tras la admirable interpretación al piano de Mademoiselle Reisz, una solterona que todo mundo tiene por rígida y antipática y sin embargo contribuye, con la belleza de su interpretación a una canción que Edna llama “Solitude” a que el interior de aquella joven melancólica entre en una especie de éxtasis permanente. Deja marchar a Robert, nada puede hacer para impedirlo. Pareciera que nada queda por hacer, excepto aprovechar esta nueva emoción –Edna no se casó enamorada, reflexiona de pronto- para ampliar sus horizontes y escapar, hasta donde le sea posible, de la jaula dorada que representa su familia armoniosa y correcta, que no feliz…porque ha descubierto también que eso que otros llaman “felicidad” no es otra cosa que “tedio”. Así que, movida por el amor y la nostalgia, realiza una serie de cambios que influyen esencialmente en su manera de ver la vida. Se transforma en una antorcha de imaginación que le permitirá incluso ejercitar su afición por la pintura con seriedad y sin sentimiento de culpa: “En resumen, Mrs. Pontellier estaba empezando a ser consciente de su posición en el universo como ser humano, y como individuo, a reconocer sus relaciones con el mundo que la rodeaba y su propio mundo interior. Esto podía parecer la pesada carga de la sabiduría descendiendo sobre el espíritu de una joven de veintiocho años: tal vez más sabiduría de la que el Espíritu Santo está dispuesto a conceder a las mujeres.” (p. 38).
Mr. Pontellier advierte con preocupación el florecimiento de su tibia esposa y recurre muy preocupado al doctor Mandelet en busca de consejo. El viejo y sabio médico retirado le resta importancia al asunto para no incrementar la inquietud del caballero, pero en el fondo intuye lo que sucede… y no le escandaliza. De hecho resulta un personaje muy simpático para las lectoras por su comprensión humanista –aunque algo rústica- de la conducta femenina: “Las mujeres, querido amigo, son organismos muy especiales y muy delicados. Una mujer tan sensible y tan sumamente vital como yo sé que es la suya, Mr. Pontellier resulta todavía más singular. Haría falta un psicólogo experto para tratarla con éxito. Y nosotros, las personas normales y corrientes, cada vez que intentamos hacer frente a esas idiosincrasias acabamos estropeándolo todo.” (p. 120). La “enfermedad” de Edna consiste en ir “desechando día a día ese yo ficticio que asumimos como un disfraz con el que aparecer ante el mundo.” (p. 106). Se nutre incluso de la tristeza que la azota ante la ausencia absoluta de Robert, que no se comunica con ella…como también de la emoción que le produce enterarse de que él se ha estado carteando con Mademoiselle Reisz… exclusivamente para indagar sobre las actividades de Edna. Todos esos sentimientos los desfoga pintando, arreglando el jardín, reflexionando sobre la vida y sobre sí misma.
Las cosas se complican ante la inesperada llegada a la vida de Edna de Alcée Arobin, quien es, al parecer, un seductor experimentado que detecta, en el acto, que la atractiva Edna carece de algo que él está dispuesto brindarle: Edna no parece sentir ninguna atracción sobre el atractivo caballero que, aunque no se nos aclara, es lo opuesto al dulce Robert. Justo en ese momento –demasiado oportuno, diría yo: como enviado por una providencia femenina- el esposo de Edna debe retirarse a Nueva York y ella decide enviar a sus dos hijos a vacacionar con los abuelos paternos. Se queda sola, libre para deambular por el jardín y pasear hasta la estación de tren… Pintar, crear… y tener un amante. No ama a Alcée, pero reconoce en él la experiencia amatoria que hará vibrar su cuerpo, y ese es otro de los factores que escandalizaron a la sociedad de su tiempo: ¿cómo es posible que una mujer reconozca tan bien la lujuria, peor aún, se entregue a ella sin por lo menos engañarse nombrándola “amor”? ¡Ah, y lo peor!: Edna no siente que le está siendo infiel a su esposo… ¡sino a Robert! Lo cual es perfectamente lógico si atendemos a los sentimientos de esta mujer, cuyo corazón está de lado del amor idealizado e interrumpido: “Sentía una débil punzada de pena, porque no era el beso de amor el que la había encendido, porque no era el amor quien había sostenido esa copa de vida en sus labios.” (p.149).
Las cosas se complicarán con el repentino retorno de Robert, a quien Edna no espera volver a ver, al menos en mucho tiempo. Esa es la parte más intensa de la novela, especialmente porque Robert, quien había puesto tierra de por medio para no tener que continuar sufriendo sin poder acercarse al sujeto de su amor por tratarse de una mujer casada, parece dispuesto a superar ese escollo para convertir a Edna en su esposa…pero la reputación de Edna, a estas alturas…aunado a la inseguridad de Robert….vislumbramos la tragedia en el horizonte, aunque a diferencia de los referentes más inmediatos de esta novela –Madame Bovary, Ana Karenina y Lady Chatterley – no es el marido el ofendido, sino el verdadero amor de la mujer…a la que idealizaba como a una virgen o santa. Robert es, en ese sentido, mucho más romántico que la propia Edna, quien acepta que él pudo haber tenido relaciones con una joven veracruzana.
El que la voz narrativa no juzgue a su protagonista, hizo El despertar más chocante a los ojos de los críticos –que esperaban de una dama tan respetable como Kate Chopin un texto mucho más aleccionador…una perorata contra el adulterio femenino y no una muestra de ternura tan contundente hacia la adúltera. Y si bien, como hemos visto, Kate no defiende ni justifica una postura personal, sino que, a través de la experiencia de Edna, ejemplifica el dolor de las mujeres sometidas a una estricta vigilancia moral que por supuesto no pesa sobre los hombres, padeció los horrores que le tocaban a Edna, de haber sobrevivido a ello. La vilipendiada autora, que en apariencia gozaba de cabal salud, muere el 22 de agosto de 1904, después de una visita a la Feria Mundial de Chicago. Existe una reciente adaptación teatral de El despartar de la directora y dramaturga Annamaria Pilegi, presentada en su St. Louis, Missouri con gran éxito.

La Tormenta
Kate Chopin
Traducción: José Escobar

I
Las hojas estaban tan quietas que aún Bibi pensó que iba a llover. Bobinôt, quien estaba acostumbrado a conversar en términos de perfecta ecuanimidad con su pequeño hijo, llamó la atención al niño hacia ciertas nubes sombrías que se estaban enrrollando con intención siniestra desde el oeste, acompañadas por un hosco rugido amenazador. Estaban en la tienda de abastos de Friedheimer y decidieron permanecer ahí hasta que la tormenta pasára. Se sentaron dentro de la puerta en dos barriles vacíos. Bibi tenía la edad de cuatro años y se veía muy listo. “Mama ‘stará aterrada, si” sugería él con ojos parpadeántes. “Cerrará la casa. Talvéz tiene a Sylvie ayudándole ésta tarde,” Bobinôt respondió reafirmatívamente. “No; ella no tiene a Sylvie. Sylvie la’ yudo aier.” Excalmó con voz chillona Bibi. Bobinôt se levantó y llendo hacia el mostrador, compró una lata de camarones, a los cuales Calixta era muy afecta. Luego regresó a su perca en el barril y se sentó impasiblemente sosteniendo la lata de camarones mientras la tormenta estallába. Sacudió la tienda de comestibles de madera y parecía arrancar grandes surcos a la distancia. Bibi colocaba su pequeña mano en la rodilla de su padre y no tenía miedo.

II

Calixta en casa, no sentía preocupación por ellos. Se sentó al lado de la ventana haciendo una costura furiósamente en la máquina de coser. Estaba en gran medida ocupada y no notó que la tormenta se acercaba. Sin embargo, se sentía acalorada y a menudo se detenía para secar su cara en donde la traspiración se reunía en gotas. Se desajustó su sacque blanco en la garganta. Comenzó a obscurecer, y de repente dandose cuenta de la situación, se levantó rápidamente y fué a cerra las ventanas y puertas.

Afuera de la pequeña galería frontal había colgado las ropas dominicales de Bobinôt al aire y se apresuró a recogerlas antes de que callera la lluvia. Al ir hacia afuera, Alcée Laballière cabalgó hacia adentro en el portón. Él no le había visto tan a menudo a ella desde que se casó, y mucho menos sola. Ella se detuvo ahí con el abrigo de Bobinôt en sus manos y las grandes gotas de luvia comenzaron a caer. Alecée cabalgó su caballo bajo el cobertizo de al lado donde las gallinas se habían acurrucado y donde había arados y gradas amontonadas en la esquina.

“¿Puedo pasar y esperar en tu portón hasta que páse la tormenta , Calixta?”

“Páse usted, señor Alcée.”

La voz de él y la de ella misma la sorprendió a ella mísma como si fuese el producto de un tránce, y ella agarró el chaleco de Bobinôt. Alcée montando hacia la entrada, tomó los pantalones y arrebató la chaqueta bordada de Bibi, la cual estaba a punto de ser arrojada por una ráfaga de viento. Él le expresó su intención de permanecer afuera, pero pronto fué evidente que él podía haber estado bien al aire libre; el agua golpeaba sobre los tablones en la canaleta, y él entró, cerrando la puerta detras de él. Aún era necesario poner algo debajo de la puerta para mantener afuera el agua.

“¡Dios! ¡Que lluvia! ¡Es bueno que hace dos años que no llueve así!,” exclamó Calixta al enrrollar una pieza de ensacado y Alcée le ayudó a meterlo debajo de la grieta.

Era un poco más completa de figura que hace cinco años, antes que se casára, pero no había perdido nada de su vivacidad. Sus ojos azules aún retenían su cualidad líquida; y su pelo amarillo, despeinado por el viento y la lluvia, se quebraba más tercamente que nunca sobre sus orejas y siénes.

La lluvia pegaba sobre el bajo techo atejado con una fuerza y chacoteo que amenazaba con romper y entrar e inundarlos ahí. Estaban en el comedor (en la sala de estar) el lavadero general. Adjunto estaba su recámara, con el sofá blanco de Bibi junto al suyo. La puerta estaba abierta, y el cuarto con su blanca y monumental cama, sus persianas cerradas, parecía poco prometedor y misterioso.

Alcée se lanzó a una mecedora y Calixta nerviosamente comenzó a recoger del piso los trazos de sabanas de algodón que había estado cociendo.

“¡Si esto nos mantiene, Dieu sait (Dios sabe) si los diques van a aguantarlo!”

“¿Que tienes que ver con los diques?”

“Tengo mucho que ver. ¿Acaso no esta Bobinôt con Bibi afuera en esa tormenta?”

“Si tan solo supiera que no ha dejado la tienda de Freidheimer”

“Esperemos Calixta que Bobinôt tiene suficiente sentido como para venir de un ciclón.”

Ella fué y se paró en la ventana, y con una mirada de gran disturbación miró a su cara. Limpió el panel que estaba empañado por la humedad. Estaba sofocádamente caliente. Alcée se levantó y se unió a ella en la ventana mirando sobre su hombro. La lluvia caía en capas obscureciendo la vista de las cabañas en la distancia y envolviendo el bosque distante en una niebla gris. El juego de los relámpagos era incesánte. Un rayo golpeó a un alto árbol de paraíso a la orilla del campo. Llenaba todo espacio visible con un deslumbramiento y el choque parecía invadir los tablones sobre los que se levantaba.

Calixta puso sus manos sobre sus ojos, y con un gríto se tambaleó. El brazo de Alcée la rodeó, y por un instante la atrájo hacia sí y espasmódicamente a él.

“¡Bonte!” (Cielos) ella exclamó, liberándose del brazo que la rodeaba y retirándose de la ventana, “La casa seguirá. Si sólo supiera ¿dónde esta Bibi?” No se serenaría. No se sentaría. Alcée le golpeó en los ojos y la miró a la cara. El contacto de su cálido y palpitante cuerpo cuando él la había inconsiéntemente atraído a sus brazos, había despertado todo el enamoramiénto de antaño y deséo de su carne.

Calixta, le dijo, no tengas miedo. Nada puede pasar. La casa es demasiado baja para ser golpeada, con tantos árboles altos estando alrededor. ¿No te vas a estar quieta? ¿Di que no? Empujó su pelo atrás de su cara que estaba caliente y evaporando. Sus labios estaban rojos y húmedos como las semillas de una granada. Su cuello blanco y una mirada completa de su firme vientre, lo disturbaron poderosamente. Al ella mirarle a él, el miedo de sus líquidos ojos azules había dado lugar a un brillo adormecedor que inconsciéntemente traicionó un deseo sensual.

Él miró abajo hacia sus ojos y no había nada más que hacer para él que juntar sus labios en un beso. Le recordó a él Asunción.

“¿Te acuerdas de Asunción, Calixta? Le preguntó en una voz baja quebrada por la pasión. ¡Oh! Lo recordaba; porque en Asunción él la había besado, y besado, y besado; hasta que sus sentidos por poco no la salvarían de recurrir a una desesperada huída. Si no era una inmaculada paloma en esos días, aún era inviolable; una criatura apasionada cuya indefensión había sido su major defensa, contra un hombre cuyo honor le prohibría insistir. Ahora, si bien ahora, sus labios parecían en cierta manera libres para ser probados, así como su redonda y blanca garganta y sus pechos más blancos.

No pusieron atención a sus estrellados torrentes, y el rugir de los elementos le hizo reír al yacer en sus brazos. Ella era una revelación en esa obscura y misteriosa cámara; tan blanca como el sofá en el cual yacía. Su carne firme y elástica que era sabedora por primera vez su derecho de nacimiento, era como un lirio de color crema que el sol invita a contribuir con su aliento y el perfume de la vida eterna del mundo.

La generosa abundáncia de su pasión, sin astúcia o engáño, era como una llama blanca que penetraba y encontraba respuesta en la profundidad de su propia naturaleza sensual que nunca había sido alcanzada.

Cuando él tocó sus pechos, se dieron a sí mismos en extremeciénte éxtasis, invitando a sus labios. Su boca era una fuente de delicias. Y cuando él la poseyó, parecía que se iban a desmayar juntos en la misma frontera del misterio de la vida.

Se quedó acolchonado sobre ella, sin aliento, aturdido, enervado, con su corazón latiendo como un martillo sobre ella. Con una mano, juntó su cabeza. Sus labios de ella tocaron ligeramente su frente. La otra mano acarició con calmado ritmo sus musculares hombros.

El gruñído del trueno era distante e iba muriendo. La lluvia golpeaba suavemente sobre la teja, invitándoles al adormecimiento y al sueño. Pero no se atrevieron a ceder.

La lluvia había pasado, y el sol estaba tornando el resplandeciente mundo verde en un palacio de gemas. Calixta en la galeria veía a Alcée cabalgar. Él volteó y le sorrió con un rostro radiante, y ella levantó su hermosa barbilla al aire y rió en voz alta.

III.

Bobinôt y Bibi, penosamente a casa, se detuvieron en la cisterna, para ponerse presentables.

“¡Mi Bibi! ¡Que va decir tu mamá! ¡Debería darte vergüenza! ¡No te debiste haber puesto esos pantalones! ¡Míralos! ¡Y ese lodo en tu cuello! ¿Cómo agarráste ese lodo en tu cuello, Bibi? ¡Nunca ví a un muchacho así!”Bibi era la imagen de la patética resignación. Bobinôt era la encarnación de la grave solicitud, al él se esforzárse por remover de su propia persona y de su hijo los signos de su marcha pesada sobre caminos pesados y através de campos mojados. Él raspó el lodo de la pierna y pie desnudos de Bibi con un palo y removió cuidadosamente toda huella de sus pesados zapatones. Luego preparado para lo peor (el encuentro con una sobre-escrupulosa áma de casa), entraron cautelosamente por la puerta de atrás.

Calixta estaba preparando sopa. Había puesto la mesa y estaba goteando café en el hogar. Ella saltó al ellos entrar.

¿Bibi? ¿No se mojó? ¿No se lastimó? Ella lo había abrazado y lo besaba efusívamente. Las disculpas y explicaciones de Bobinôt, que él había preparado a lo largo de todo el camino, murieron en sus labios cuando Calixta los sentía para ver si estaban secos, y parecía expresar nadamás que satisfacción a su sano regréso.

“¡Te traje algunos camarones, Calixta!” le ofreció Bobinôt, agarrando la lata de su ámplio bolsillo y colocándola en la mesa.

“¡Camarones! ¡Oh Bobinôt! ¡Eres tan bueno por cualquier cosa! Y ella le dió un beso en su mejilla que resonó. “I’vous résponds” (te dije) ¡Tendremos un festín esta noche! ¡Umm Umm!”

Bobinôt y Bibi se comenzaron a relajar y a disfrutar ellos mismos, y cuando los tres se sentaron a la mesa, se riéron tanto y tan fuerte que todos los podían oir tan lejos como Laballière.

IV.
Alcée Laballière le escribió a su esposa Clarissa esa noche. Era una carta de amor, llena de tiernas socilitudes. Le dijo no se preocupára en su regréso, y si lo deseaban se podían quedar ella y los niños en Bloxi un mes más. Se estaba haciendo el bueno; y aunque los extrañaba, estaba dispuesto a soportar la separación un poco más de tiempo, dandose cuenta de que la salud y bienestar de ellos era lo primero que debería ser considerado.

V.
Por su parte Clarissa, estaba encantada de recibir carta de su esposo. Ella y los niños lo estaban pasando bién. La vida social era agradable; muchos de sus viejos amigos y conocidos estaban en la bahía. Y el primer aire de libertad desde su matrimonio, parecía restaurar la agradable libertad de sus días de inocente soltería. Devota como era a su esposo, su íntima vida conyugal era algo que ella estaba más que dispuesta a renunciar por un tiempo.

Así, la tormenta pasó y todo mundo estaba feliz.

Nota: Agradecemos infinitamente este hermoso regalo que el traductor José Escobar hace a los lectores y lectoras de La Trenza de Sor Juana.  Un abrazo, José!!!!! 

1 comentario:

Jose Escobar dijo...

Hola, yo traduje un cuento de Chopin. Si gustas te lo envio. Mi correo es

Joseescobar80@yahoo.com.mx